domingo, junio 20

Circuito Interior - Efraín Huerta

Circuito Interior

A Nuestra Señora del Metro, con devoción

Un día sin consuelo le dije Te llamaré mañana,
y el mañana, digo, la mañana, nunca
vino a nosotros -ni el claro del espejo en que te miras,
enterita y desnuda como la dicha, como hoy.
¿Quién se asomó a vernos pasar detrás de aquella ambulancia?
Nadie, en fin, porque eres desbordada
y casi siempre tienes, y lo manifiestas, canallita,
un miedo sordo a seguir siendo la misma en tu lívida noche.
(Se desduerme una veta de agua
en el alto cielo de ágata y ceniza.)


Porque estar enamorado, enamorarse siempre
de una vaga ciudad, es andar como en blanco;
conjugar y padecer un verbo helado;
caminar la luz, pisarla, rehacerla
y dar vueltas y vueltas y volver a empezar
(a ver qué sale, dijo Carlos Pellicer)
sin una ruta fija, sin un desencantamiento,
navega y surca asfalto, cedros, negra cristalería,
alto azul de la más alta torre del mundo,
rojizo palpitar del mármol y el tezontle
así como palpitan -pura vida-
la carótida interna y la externa.
Ciudad enamorada, ciudad pues
para estar sin remedio enamorado
y habitarla y mamarla -inmensa ubre- de pies a
cabeza,
a ella,
la que tiene una corteza, algunos bosques
y ciento cincuenta cementerios
para más o menos diez millones de mediovivos.


Casi la vi nacer, hoy mismo, agarrado
a su alba primigenia como al ala de un ángel.
Sentí que me daban el siga
y avancé secretamente con mi maletín verde
colgando, al igual que el cadáver de este poema
- o lo que sea;
como una flaca nube sobre el sexto círculo,
dando muestras de no ignorar un reino sombrío
por donde correrán amazónicamente las alienantes aguas.

(Vivir lejos y en plazuela, ¿es vivir
en el quintísimo infierno, o algo peor?)

Todo nos acuchilla, amor, desde esa rampa
y esa luz ambarina que dice muerte
sin salvación en el segundo choque, en la
centésima de segundo después del primero.
Todos los pasos a desnivel tienen una crueldad
de rosas gemidoras, aplastadas
por la irrupción del tiempo, que es también humeante
y trémulo y tuquesado como me dijiste
que es la arteria auricular posterior
- u otra, otras, meníngeas, temporales y
sublinguales.

Ahora sé que nadie sabe nada de nada,
ni siquiera por qué me siega-ciega
el brutal escarlata del fatigante deseo
y con mis manos y labios que un día fueron frescos
te vivaldizo, malhereo y mozarteo como,
como siempre siempre siempre,
¿qué quiere decir siempre?
Siempre quiere decir ahora, ahora mismo,
porque donde menos se piensa salta el amor
y una mortecina fogata alumbra
un porvenir, un porllegar -ya- y
cuando menos acuerdes tu bello cerebro charentoniano
tu suave boca envaselinada, tu apenas saber vivir,
andarán locos por cielos y espigas y
volveremos a los mismo.

Todo
es no saber nada,
todo es arquitectura, una ingeniería
de corolas acrecidas en dulces
edénicos bajíos.
Amor se llama
el circuito, el corto, el cortísimo
circuito interior en que ardemos.

12-13 de julio de 1975



[Efraín Huerta. "Circuito interior". En Poesía Completa. Editado por Martí Soler. México: FCE, 1988. 413-415.]