jueves, abril 23

Cap1, CMX: El club de los marxistas de mierda

Cuando me conminaron a establecer una conversación con el Club de los Marxistas de la Condesa pensaron que el reportaje sería un éxito de proporciones inmensurables, lamentablemente la prensa de lo no importante no cedió ni una línea del linotipo.

He decidido publicar las notas que recolecté durante mi investigación y, hay que decirlo bien claro, como uno de los grandes en la prensa de lo inútil, considero un tanto rústicas las respuestas dadas por los miembros del Club de los Marxistas.

Iré publicando los testimonios de cada uno de los miembros, al pregunta básica es ¿Por qué el Club de los Marxistas?

Raúl Demesio de la Garza

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Me subo al metrobús, este monstruo-ácido-rata que se contonea hediondo sobre una ciudad ya de por sí hedionda.

El metrobús es un zoológico, te encuentras al hombre-perro, al hombre-axila-sin-control, al hombre-verga-de-fuera, al hombre-mentada-de-vida; siempre te recuerda que ese, precisamente ese, es uno de esos días en que no te quisieras levantar al baño a las 6 de la mañana a rascarte las bolas y dejar los pendejos en la taza de la vida-sin-nombre.

Ay de nosotros

Te digo esto no para apendejarte, sino que es la introducción teórica de mi disertación, la introducción teórica de una mierda tan grande que defeca en todo. El concepto es este, en el metrobús el hombre-mano-sudorosa te toca suavemente en el tubo gris que te detiene cuando las ambulancias sin emergencia se introducen en el carril exclusivo de concreto hidráulico y sales volando junto a una mujer-imbécil que se pinta las hendiduras de los ojos.
El ajetreo se controla y ves al hombre-perro tomando tu lugar en el entretejido social de harapos usados, y de repente, se abren las puertas.

Las manadas llenan el espacio acordado entre tu sudor y el sudor del hombre-verga-de-fuera. Antes de que te des cuenta, tienes su vaho en tu oreja, suspirando por una "brasileña" perdida.

Te das cuenta que eres de ellos, que nada te hace diferente al hombre-verga-de-fuera, ni al hombre-perro, ni a la mujer-imbécil, ni al axila-sin-control, ni mucho menos al mentada-de-vida. Eres igual que todos esos mal paridos en un lugar sin nombre, bajo estelas sin sentido, en un cielo de estrellas que no existen

Si soy marxista no es por filantropía, a mí los pobres me dan mucho asco. Verás, la mayoría de los que marxistas burgueses y de los critican al marxismo toman una constante: la visión del proletariado como algo mágico. Toda esa bola de jetotas paradas no saben lo que es vivir en un barrio de pobres, porque también los pobres pueden ser hijos-de-puta. También los pobres se ríen de los pobres, también se roban la luz y el agua, también se roban un poco de noche y un tantito de canción y tienes ya otros mil, se reproducen como ratas.

Yo no soy marxista por bueno. Soy marxista porque el marxismo es como yo, un ajetreo olvidado, un pedazo de satín pisado hasta las náuseas, un montón de personas cansadas de coger entre ellas. Soy marxista porque quiero ser diferente, cuando se que, al final del siglo, soy exactamente los mismo, cortado de la misma materia fecal.

Por estas razones, básicamente, es que pertenezco a un club de marxistas de mierda.
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