viernes, junio 21

Otra crónica

El 6 de octubre de su año Armando El Choco nos comentó en
una fiesta que lo habían ido a buscar

y lo encontraron un mes más tarde esa mañana que calentaba el motor
de su auto para llevar a sus hijas a la escuela

en 1967 íbamos al río Bravo a lavar los coches del barrio primero
el del Chato luego el de Bogar y al último  el de Huarache Veloz

en 1990 los policías iban al río Bravo a pescar muchachas que
esperaban en la orilla para cruzar a El Paso

en el 2010 ya sin río y casi un migra y Sergio Adrián de 13 años
pelearon él con una piedra en su mano y el agente con un revólver

ese mismo año en una tienda del Salvácar el empleado se negó a pagar
una extorsión y recibió un tiro en la cara

y 17 vecinos suyos fueron cazados uno a uno mientras celebraban
la victoria de un partido de tach

oh jóvenes hijos de Cadmo yo sé que quisieran estar en otra parte
pero hoy están aquí el viejo Ovidio

y a ti mujer que sacaron de su casa y  amenazaron con matar
a tu marido si no sabías a tu último paseo en auto

te diría que fuéramos al río Bravo a llorar pero debes saber que ya
no hay río ni llanto


Chávez, Jorge Humberto. Te diría que fuéramos al río Bravo a llorar pero debes saber que ya no hay río ni llanto. Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2013.

jueves, febrero 14


Días de cárcel

Día 2: En el bordo de las cosas II

¿Quién nos lleva al bordo?
Ante la más recóndita frontera
se encuentran las luces del asfalto
arrancadas de la tierra
deformadas su rostro en su rostro a madrazos

¿Quién vivirá en estos laberintos desiertos?
¿Quén nos pasará la manguera antes de beber?
¿Quén nos arrancará las bocas para no hablar?
¿Quién nos hará vomitar el rancho a patadas?

I

Estuve un segundo día en el penal Neza-Bordo. Me di cuenta que soy una farsa. Yo creía conocer el oriente, quería ser el oriente... y todo era una farsa. ¿Cómo decir siquiera que se ha visitado el oriente si no se ha ido al paradero de Pantitlán? Ese gigantezco monstruo que gobierna el oriente, cancerbero que cuida las puertas de la ciudad Nezahualcóyotl. 

Llegando al metro Puebla, uno alcanza a ver el AICM sumido en la gris pradera de casitas grises y edificios de interés social... nuestra entrada y nuestra salida al mundo. Resulta paradójico que su presencia es un breve atisbo de los mil mundos que pueblan la ciudad. 

Meterse al metro Pantitlán es meterse con la ciudad misma, es meterse al profundo caos, a la maravillosa decadencia.

II
Las puertas del CERESO exhalan el olor putrefacto del Bordo. Las aguas del Bordo llevan la mierda de nuestros baños, la mugre de nuestros drenajes. ¿Dónde más veía la vida su rehabilitación?, ¿dónde más  ese paraje terroso y triste sería casa de Dios y tierra del olvido al mismo tiempo?

– Aunque me maten al otro lado de la avenida, aunque tiren mi cuerpo al canal, no me quiero morir acá dentro – me dijo llorando Genaro, de 58 años, 7 de ellos en prisión. Está sentenciado a 15 años por un crimen que dice no haber cometido. –Nunca mantuve a mis hijos, a ninguno de los nueve – remataba.
Decía no haber robado esa casa, decía no haber amordazado al dueño, decía que su único crímen era estar piedroso, haber olvidado su expediente de primodelincuente y la constancia de los años que habí compurgado en el penal de Barrientos. Me pedía ayuda, pero yo no podía dársela.



(La imagen es de El Universal y aparece en un artículo de Teresa Montaño que puede ser consultado aquí)



¿A quién creerle?, ¿a su sentencia?, ¿al sistema de administración de justicia de este país sin madre?

– Al chile yo sí robaba, lo que es. Parejitas pinches peseras. – me decía Joaquín de 26 años mientras hacía como que apretaba algo en su pecho –. Por eso acepto mi culpa y me pongo los huevos colgados. Tienes que traerlos aquí. Si los dejas afuera, valiste verga. Nomás no te pases, porque si te los descuelgas, te chingaste toda tu cárcel. Por eso allá dentro – señaló las celdas de castigo –, hay leones, panteras y un chingo de tigrillos.

– ¿Cómo son los custodios? –, le pregunté a Pedro. Él se rió y no me respondió.

En la palapa del patio central, donde entrevistábamos, hacía un frío canijo. Me temblaban los dientes, me dolían las manos. Los entrevistados no se inmutaban, parecía que el frío era la menor de sus preocupaciones. Los custodios pasaban de vez en cuando, parecía no inmutarles que la cantidad de internos pronto nos rebasaría en proporción de dos a uno.

Diferencia, siempre diferencia. A la entrada del CERESO hay un cartel:

Se prohíbe la entrada a las personas que porten prendas negras, cafés, gris, beiges y azul rey. Se denegará la entrada a los varones con cabello largo, tinte en el cabello, aretes o perforaciones. Se prohíbe la entrada de damas con escote, ombligueras, aretes muy llamativos. 

– ¿Qué has aprendido en la cárcel?
– Paciencia. Mucha paciencia. Aprendes a tolerar al otro, si está mugroso, si le huelen los pies, si le huele la boca, si es culero.

Pura diferencia, una diferencia en donde yo era intruso.

III

Ese día en el Neza-Bordo me dieron unas ganas incontrolables de llorar. De regreso a mi casa, en la estación Tepalcates del metrobús, me detuve en un puesto de música y libros cristianos.

– No lo tengo ahorita, pero busque la biblia "Libre entre las rejas" –. Me dijo cuando le pregunté qué le pedían los familiares de gente en la cárcel.

No lo he encontrado y no he querido seguir buscando.



[Ninguno de los nombre en este escrito es real. De hecho, el autor no tenía acceso a la identidad de los encuestados]



Poema de San Valentín

La estepa seca de las ramas áridas,
los asteriscos metidos hasta la punta del recto,
hasta lo más hondo de las intrincadas paredes del intestino delgado,
como calas gramática de las mil perlas.

¿Por qué?, ¿por qué de pronto tan valdemar, tan mérula?
¿Por qué sin pensarlo te desenchufas de los trémulos espasmos del reposo?
¿Por qué sin avisar?
¿Por qué sin el colchón esperado del íntimo encuentro?
¿Por qué sin el minúsculo rayito de luz ultravioleta en las noches profundas del 0 kelvin?

Las razones nunca las sabré del todo.
Las formas nunca se revelarán en sus formas más nítidas,
sino en un simple suspiro quisquilloso,
en un simple intercambio vacío,
en un simple resquicio de pequeña maldad.

martes, junio 19

Poemomios de junio lluvioso

Poemomios de junio lluvioso

A mi me gustan los días lluviosos. Yo me declaro disidente ante esta percepción de que son días en los que uno debe soltarse a llorar. No obstante, no sé con qué bicho raro me he despertado hoy, me siento particularmente nostálgico de unos recuerdos que poco son míos. Me siento en uno de esos días en los que me gustaría ir a pasear, aún bajo la lluvia, esos días en los que me hace falta tantita compañía. 

Y bueno, mi llamado fue respondido con cierta desdicha. Hoy en la mesa de mi cocina está algún periodista de Buenos Aires y el antiguo director de la AFJP argentina, esperando que yo descifre sus palabras de los sonidos de una redacción y de un café ambientado con música pop respectivamente. 

La verdad es que pensaba que mi empleo en el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial había sido el más terrible. Uno había de ir de saco a una oficina cuadrada, al ambiente pesado y típico de los que usan corbata y se la hunden bajo la camisa para comer en el Burguer King. 

Me equivocaba. Me equivocaba al pensar que una voz argentina de algún tiempo inmemoriable, inmemoriable porque no vale la pena recordarlo, podría ser algo mejor que pasar llenando una hoja de procesos. Al menos haciendo eso no me dolían las orejas, al menos podía escuchar una música diferente a la que algún gerente en algún lugar de Buenos Aires en este momento inmemoriable seleccionó.

Nunca he ido a Buenos Aires. Lo más que conozco de Buenos Aires lo han puesto los que viajan en sus fotos de viaje en el Facebook y de esa película "El Lado Oscuro del Corazón". Creo que idealizo Buenos Aires. Creo que el día que vaya me encontraré poetas por las avenidas y poemas en las paredes. Me imagino una ciudad distinta de este valle pantanoso en el que no para de llover.

En fin, hoy, como hace tiempo, no tengo mucho qué decir por acá. Un tantito de soledad y un tantito de nostalgia viva, espero que se me quite pronto esta sensación tan molesta.





lunes, mayo 7

Condecoraciones - Juan Gelman

CONDECORACIONES

Condecoraron al señor general, 
condecoraron al señor almirante, 
al brigadier,  a  mi vecino 
el sargento de policía,

y alguna vez condecorarán al poeta
por usar palabras como fuego,
como sol, como esperanza,
entre   tanta   miseria   humana,
tanto dolor
sin ir más lejos.

Juan Gelman

Oda a un libro que no he terminado

Se sentó al lado de mí En el asiento de hasta atrás. Se sentó junto con un anticuado y gris burócrata de institución pública. El camino, normal. La fuga de agua, el tráfico intenso, el avanzar a vuelta de suspiro, la cumbia de fondo, los moteles de paso, el pantalón.

Abrió la boca, tuvo el inmenso error de abrirla. Error para mí claro. No habíamos cruzado ni el segundo puente peatonal de la México- Toluca. Apenas parían las llantas la carretera. Abrió la boca y comenzó a reír.

Que si Josefina... que la bolsa...   que chuchy...     que mi hermana...        que el América


¡CARAJO!

Su risa me torcía los testículos.

¿Por qué? ¿Por qué la humana conciencia?

Todos queremos poder, pensaba. ¿Para qué engañarnos? El poder para resolver los problemas más insignificantes, para huir de la violencia, la de adentro y la de afuera de uno mismo, acabar con las culebras larguísimas de coches en Constituyentes y, sobre todo, cerrarle la boca.

Decirle sin ser grosero: Me estás estrujando mis esfínteres. Librarse de la paradoja de ser grosero e irse al otro lugar o quedarse a aguantar Al final, me doy cuenta que basta con mover mis bultos, los de mi cuerpo y los que cargo y cambiarme.


Llego al barrio, se confunden los cuetes con balas que se pierden en motociclistas en el andador Morelos o en la cerrada de San Pedro.

Uno ya no sabrá qué encontrar.

lunes, marzo 19

Hoy se murió mi perro

Hay que decirlo sólo con la verdad: mi perro y yo no tuvimos grandes momentos, no éramos los mejores amigos, no lamía mis lágrimas cuando estaba triste, no jugaba conmigo a la pelota, no fuimos compañeros de espacio, ni de vida. Para qué mentir, me daban un poco de asco sus litros de saliva, sus kilos de pelo, su nariz siempre sucia, sus arrugas llenas de polvo y mugre que en ocasiones debía yo lavar.

No era un perro de jardín, no era un perro de niño feliz, era un perro proletario, un perro que vivía en el techo de una casa en uno de los barrios más grises de Iztacalco, que comía retazo hervido y sobras porque las croquetas siempre rendían menos.

Mi pobre perro se cayó del techo, por cuarta o quinta vez, no lo recuerdo. Se cayó como las otras veces, resbaló presa de sus patitas torpes en busca de un gato huidizo en los techos de la pobre vecindad de al lado, jodida también por el tiempo y el moquillo. Esta vez no la contó, se le reventaron las tripas al pobre y no nos dimos cuenta hasta que la sangre corría por sus tosidos. Los veterinarios no pudieron hacer mucho, algo pasaba dentro de él que no lo dejaba comer, algo ya sabía que no iba a poder continuar y ¡zas! un trueno fulminante lo partió en dos.

Mi madre lo oyó por última vez, lo oyó dar sus últimos gemidos mientras lo lloraba y lo intentaba alimentar con carne de res molida y calabacitas hervidas. No hubo mucho más que decir, se sacudió una vez y dejó de moverse, quedó aguado como una bolsa rellena de agua. En su paso por la muerte no nos dejó más que su casita llena de mierda y sangre.

Lavamos con mucho esmero, el techo donde vivía, su casita. Usamos guantes -que tiramos de inmediato- tres botellas de cloro, una bolsa de jabón de lavar ropa y una escoba. Lavamos sin dilación, a sabiendas que ese lugar sería infección pronto, que no podíamos tener el cadáver de un perro en el techo y que el rigor mortis haría más difícil la tarea. Envolvimos al pobre en varias bolsas de plástico, unas blancas y otras de colores, todas ellas fueron depositadas en una más grande y gruesa, de color negro.

Ahora está allá arriba el cuerpo. Esperando disponer de él de, espero, la manera más higiénica posible. Mientras tanto, mi madre decidió dejar en el patio una vela en un vasito verde de plástico.

No era un perro educado, peleaba siempre que lo sacaban a pasear, corría sin rumbo, de un lado al otro. Era la felicidad. Me saludaba siempre, esperaba que le diera de comer y una caricia en su hocico. Le llamaron ET, por Emilio Toral, decían que era tan feo como mi padre, nos daba mucha risa. Lo recordaremos con mucho cariño.


Era la felicidad.

jueves, febrero 9

Nieve

I

¿Qué es la nieve sino un cristal amalgamado?

Amalgamado como la revolución, como la tristeza, como la ilusión, amalgamado como todas esas palabras gigantes que salen de las bocas sangrantes, de las voces más escondidas, de los silencios más ensordecedores.

De un de repente cae toda, vomitada del cielo, paracaídas, remolino, viento, bailando, haciéndose el amor, vaya El Señor a saber dónde fabrican el amor, cayendo sobre los autos, sobre los cuerpos de los vagabundos ucranianos, llenándose de lágrimas de la ciudad, del orín de los perros, de la mugre de los autos bávaros, de la torre de televisión. De repente, un viento traicionero les hala por debajo de las faldas y se las lleva todas a un pedazo más mugroso de esta Berlín encadenada.

A veces quieren regresarse, los cristales recién nacidos, necios a la idea de la confusión, necesitan regresar, flotan lo más que pueden hasta que se dan cuenta de que las vueltas atrás son ilusiones fantasiosas, que el regreso al útero es en realidad una forma de tración.


II

En los contornos del fin
el aire recoge la falsedad del tiempo
la cara es testimonio desvelo
máscara hecha ídolo
rostro conveniente para desandar esa realidad derrochada de espejismos

Rocío Cerón


La mugre del arenal de la calle,
es sólo un auspicio para las ratas,
la mugre del arenal de la calle,
es el algoritmo desfigurado de una respuesta planeada
el aullido de un perro en una guardería,
la mugre del arenal de la calle,
es quizás la ladera más prometedora que nos queda.

La domesticación del destino ha sido una empresa difícil,
gancho al hígado,
transplante de riñón,
extensión de intestino grueso,
la mugre del arenal de la calle,
es un pedazo de nuestra estructura,
una estrofa de este canto plañidero,
el pacto traicionado, la manufactura barata,
el atardecer construido sobre los hombros mancos
de la mugre del arenal de la calle.



III
El tiempo pasará. Sólo el tiempo. Y llegará un momento
cuando ya no podamos nombrar qué es lo que nos une.
Marguerite Duras



Deambulamos entre jirones,
deambulamos armando los últimos rincones con algún murmullo comprensible
hay un idioma que no entendemos,
pero que huele a sábanas con un olor familiar
en nuestras manos sólo se guarda lo posible
y ese murmullo y ese lenguaje
es la verdad profunda y prematura
de que estamos hechos
para deambular
infinitamente
infinita y angustiosamente
entre jirones.

IV

No tengo fe en los diluvios.

No tengo fe en las coladeras abiertas
en los páramos de luz
en los campos de trigo cubiertos de hielo
notengo fe en la revolución proletaria
en el nuevo orden mundial
en el new managment school
no tengo fe en los diluvios

en el tumao sí
en el tumao no se puede confiar
pero vaya que dio su sangre por nosotros

no tengo fe en los diluvios.

lunes, agosto 8

Por si no llego

Llegar parece ser una empresa difícil. No sólo por la cartera vacía y el trabajo desperdiciado. No sólo por los trámites burocráticos que terminan haciéndole a uno la vida imposible. Si no es ahora, será otro día. Pero que quede constancia que, aunque sea [dolorosa partícula de palabras] en el Parque Nápoles, vi los barcos en Lisboa.



Fragmento de El año de la muerte de Ricardo Reis - José Saramago

Los niños extranjeros, a quienes más ampliamente dotó la naturaleza de la virtud de la curiosidad, quieren saber el nombre del lugar, y los padres se lo dicen, o declinan en las amas, las nurses, las bonnes, las frauleins, o un marinero que acudía a la maniobra, Lisboa, Lisbon, Lisboone, Lissabon, cuatro diferentes maneras de enunciar, dejando aparte las intermedias e imprecisas, quedaron así los chiquillos sabiendo lo que antes ignoraban, y eso fue lo que ya sabían, nada, sólo un nombre, aproximadamente pronunciado, para mayor confusión de las juveniles inteligencias, con acento propio de argentinos, si de ellos se trataba, o de uruguayos, brasileños y españoles, que, escribiendo, desde luego, Lisboa, en castellano o en el portugués de cada cual, dicen cada uno otra cosa, fuera del alcance del oído común y de las imitaciones de la escritura. Cuando mañana, de amanecida, el Highland Brigade salga a la barra, que haya al menos un poco de sol y de cielo descubierto, para que la parda neblina de este tiempo astroso no oscurezca por completo, aún a vista de tierra, la memoria ya desvanecida de los viajeros que por primera vez pasaron por aquí, esos niños que repiten Lisboa, por su propia cuenta transformando el nombre en otro nombre, aquellos adultos que fruncen el entrecejo y se horrorizan ante la general humedad que atraviesa las maderas y los hierros, como si el Highland Brigade acabara de surgir chorreando del fondo del mar, navío dos veces fantasma. Por gusto y por voluntad nadie se quedaría en este puerto.

Estrella de Belem


Las fotos no están tan mal, ¿no? Uno se imagina recorriendo espacios que quizás nunca llegue a ser sensiblemente real. Quizás alcanzo a descifrar por qué la Torre de Belem se me desaparece con los últimos rayos de la tarde. Quizás lo más lejos que llegue a ver el horizonte sea hasta donde llega mis vista en el Parque Nápoles, quizás sean Georgia y Pennsylvania mis quintas avenidas. Al fin y al cabo, la avenida de los Insurgentes es la carretera Panamericana, ¿no?

Meh, viajar es un error, viajar es quizás salirse de lo cotidiano. Quién nos manda a salir de lo naturalmente monótono decía Arévalo. Quién nos manda a pensar en Friburgo, ¿quién? Quizás haya rutas para mi. Mientras tanto, creo que estoy plantado en esta ciudad de sueño húmedo... de aburrido sueño húmedo de las eras.


Ese era el sueño


Ese era el sueño. Llegar, literalmente, a la otra punta del mar y decir, "hola mundo". Sentarme, mientras leía a Fernando Pessoa y José Saramago, a la orilla del Océano. Pero la burocracia emocional y política me atan por ahora. El único hola mundo que puedo decir por ahora está detrás de este ordenador, detrás de lo conocido, de la apestosa rutina de siempre, de la soledad medio enmarcada en pedacitos de olvido. De ese olvido que le dan a uno porque se queda en estas sombras paradas.

Supongo que los holas mundo se pueden dar de menor calidad. Sólo hay que pensar en lo bueno que es tener techo y comida y que uno puede dar holas mundo mientras otros no pueden ni decir hola. Bajo este supuesto, la persona más desdichada de la tierra podrá ganar su título como el poseedor original de la lástima y reclamar su lugar como heredero de la justicia. Mientras tanto los que quedamos en medio tendremos que conformarnos con la sólida convicción de que podríamos estar en medio de una sequía en Somalia.

De ninguna manera alegrarnos, claro está, de que existan cosas como aquellas en el mundo. Pero sí entender el significado minúsculo de nuestras penas pequeño burguesas que no nos ponen en peligro. Solamente amenazan con partirnos el corazón, dicta el lugar común.

La persona que tomó esta fotografía, no pondré link en clara violación a los derechos de autor, no se percató de que el internauta podría ver su cámara y su vestimenta, por medio del reflejo poco lúcido, pero claro, de la ventana de un avión. Esta persona quizás no se esperaría que alguien del otro lado del mundo, tiempo después, la miraría con desprecio, con ese desprecio clásico de los que envidian, de los que ven los sueños cumplidos por otros, de los que van solos en el metro mientras las parejas que se besuquean no lo dejan pasar, de los que andan sin saber a dónde ir mientras otros ya vieron hasta los rincones más escondidos de una belleza sin nombre.

Pues bien, a agarrarse las enaguas, a construir planes de emergencia. No queda más que resignarse a tener las amarras bien puestas en la esperanza ignorante de un futuro disperso, de una ciudad que quizás tomó la fuerza necesaria como para destruir cada rincón de espacio futuro.